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Saint Paul
Thursday, April 18, 2024

La confirmación perfecciona la ‘nueva vida’ del bautismo

El tiempo de Pascua es el momento más apropiado para la celebración del sacramento de la confirmación. Mientras que este poderoso sacramento se puede celebrar en cualquier época del año, en mi opinión la primavera es la temporada que mejor lo complementa. La primavera, por naturaleza, es el florecimiento de una nueva vida y la iluminación de los períodos de luz más largos. Pascua celebra la vida nueva de la resurrección de Cristo, después de su pasión y muerte. Así, la confirmación, que completa y en cierto sentido perfecciona la nueva vida dada en el bautismo, tiene una cierta afinidad con la primavera y la temporada de Pascua. Es un sacramento de gran poder y gracia.

Para ser totalmente transparente, permítanme decirles que presidir las ceremonias de confirmación es uno de los papeles más gratificantes que tengo como obispo. Ahí, en el cuerpo de la Iglesia, los candidatos entusiasmados están reunidos, todos vestidos elegantemente y apropiadamente,  nerviosos acerca de cómo sus vidas están a punto de ser transformadas. Esto también es un evento familiar donde los padres y los abuelos orgullosos, hermanos y hermanas, catequistas y directores de educación religiosa vienen a participar del fruto de sus esfuerzos y a ver el resultado de sus oraciones. Es un momento que ve hacia el futuro con gran esperanza y expectativa. Es una experiencia que ha madurado con el  potencial de una Iglesia que ofrece ricas posibilidades para el crecimiento en la santidad,  posibilidades que no tienen límite, vistas a la luz del horizonte que tenemos por delante.

Por supuesto, la confirmación es el sacramento en sí mismo del Espíritu Santo. Ahora bien, esto no quiere decir que todos los sacramentos no dependen de la fuerza del Espíritu Santo, pero aquí nos encontramos con que los dones especiales de Pentecostés se transmiten de manera individual a cada candidato. La confirmación es uno de los que llamamos los tres “Sacramentos de Iniciación,” es decir, el bautismo, la confirmación y la Eucaristía, ya que se consideran las puertas de entrada a la vida nueva de la gracia de Dios.

El libro de los Hechos de los Apóstoles narra la primera distinción hecha entre el bautismo y la confirmación. En el capítulo 8 de Hechos, leemos que el diácono Felipe, después de predicar el Evangelio a la gente de Samaria, los bautizó en la fe. Entonces leemos:

“Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén tuvieron noticia de que los samaritanos habían aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo, ya que todavía no había descendido sobre ninguno de ellos y sólo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Pero entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo” (Hechos 8:14-17). Esto describe claramente un sacramento distinto del bautismo y uno que estaba reservado a los Apóstoles y lo sigue siendo hoy. La imposición de manos sigue siendo un componente esencial para el rito y esto es seguido por una unción en la frente de la persona con el Santo Crisma. Ahora la palabra “crisma” tiene el mismo origen que la palabra “Cristo” o “Cristiano,” que significa “Ungido.” El crisma se compone de aceite de oliva mezclado con un fragante bálsamo perfumado. Este es “consagrado” por el obispo en la Misa Crismal anual, durante o cerca de la Semana Santa. San Cirilo de Jerusalén en el siglo IV, habló de su importancia:

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“Tengan cuidado de suponer que se trata de un ungüento simple. Porque así como el pan de la Eucaristía, después de la invocación del Espíritu Santo, ya no es un simple pan, sino el Cuerpo de Cristo, así también este ungüento santo ya no es un simple ungüento. . . después de la invocación. Es el don de la gracia de Cristo y, por la venida del Espíritu Santo, se ha transformado para impartir su naturaleza divina. El ungüento se aplica simbólicamente en su frente. . . . Mientras que su cuerpo es ungido con el ungüento visible, su alma es santificada por el santo y vivificante Espiritu.”

En los primeros siglos de la Iglesia, el nombre informal para la confirmación era “el sello” (en Latín: signaculum) porque el sacramento funcionó de manera análoga a un anillo de sello. Los documentos importantes eran asegurados con un sello de cera impreso con la imagen en la cara del anillo. Mientras que el sello no afectó el mensaje del documento, lo hizo transmitir el carácter oficial de dicho documento. Después del siglo V, se adoptó la palabra “confirmación” como una descripción más apropiada de lo que realiza el sacramento, es decir, “confirma” o completa lo que se inició con el bautismo.

En mi próxima columna, espero describir los efectos del sacramento de la confirmación. ¡Que Dios los bendiga!

 


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