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Friday, April 19, 2024

Es hora de componer el problema migratorio real

Bishop Andrew Cozzens

Recientemente visité la casa de los Católicos de la localidad, José e Isabel, desde hace casi 20 años esta pareja llegó de México a los Estados Unidos porque no había un futuro para ellos en su pueblo. Ellos con gusto hubieran solicitado visas de trabajo regulares para venir a los Estados Unidos legalmente, si hubieran tenido acceso a ellas y se les hubieran concedido esta posibilidad. Venir ilegalmente fue arriesgado, pero por una vida verdadera valía la pena el riesgo; ambos encontraron buenos trabajos y han estado trabajando más de la jornada completa y han estado pagando impuestos desde que llegaron. Se casaron en su iglesia Católica y sus tres hijos son ciudadanos de los Estados Unidos. Ambos participan activamente en los ministerios parroquiales y se sacrifican para pagar lo que pueden para que sus hijos puedan asistir a la escuela Católica. Ambos hablan Inglés y ninguno de ellos tiene antecedente penal.

Por escuchar de los arrestos recientes por parte de inmigración ellos viven bajo temor y recientemente le preguntaron al sacerdote de su iglesia “si nos deportan ¿usted podría asegurarse de que nuestros hijos estén bien?”

La historia de José e Isabel ilustra la complejidad del sistema migratorio. El Sínodo de Obispos de los Estados Unidos, contrario a lo que dicen algunos, no apoya “las fronteras abiertas.” Reconocemos que cada país tiene el derecho y la responsabilidad de controlar sus fronteras, como lo enseña el Catecismo de la Iglesia Católica “Las autoridades civiles, atendiendo al bien común de aquellos que tienen a su cargo, pueden subordinar el ejercicio del derecho de inmigración a diversas condiciones jurídicas” (2241). Esas responsabilidades para controlar la inmigración deben estar en equilibrio con otros valores humanitarios esenciales. Es decir, Estados Unidos es uno de los países más ricos del mundo, y tiene la responsabilidad de hacer lo que pueda para ayudar a los menos afortunados. El Catequismo también dice. “Las naciones más prósperas están obligadas, hasta donde puedan, a darle la bienvenida el extranjero que está en búsqueda de seguridad y de los medios de vida que no puede obtener en su país de origen. Las autoridades públicas deben ver esto como un derecho natural que es respetado y que pone al huéspedes bajo la protección de quienes lo reciben” (Catecismo de la Iglesia Católica 2241). Esto es porque cada persona es igualmente digna ante Dios, sin importar en donde nació.

Por lo menos por 20 años nuestro sistema no ha funcionado, mientras tanto nuestro gobierno se ha hecho de la vista gorda ante la inmigración ilegal por la demanda empresarial de mano de obra barata. ¿Por qué solo estamos castigando a quienes vinieron ilegalmente? ¿Por qué no castigamos a las empresas que los contrataron o a los funcionarios del gobierno que permitieron que esto pasara?

El Arzobispo José Gómez de Los Ángeles recientemente dijo que “Hay suficientes culpables y hay suficiente oportunidad para demostrar misericordia.” Él señaló que “misericordia no quiere decir negar la justicia” La misericordia es la cualidad por medio de la cual aplicamos nuestra justicia.” Él no propone que “perdonemos y que olvidemos” que la ley ha sido incumplida, propone que en vez de eso debemos tener consecuencias razonables y que también se proporcionen soluciones razonables.

Deportar a quienes residen en Estados Unidos, que cumplen las leyes y que están criando familias como José e Isabel, no es justicia. Y ciertamente no bajarían los niveles de criminalidad si tenemos niños que están sin sus padres presentes para que los cuiden y los críen. Para componer nuestro sistema migratorio debe hacerse de manera integral, que vaya más allá del cumplimiento de la ley existente. Debiera de hacerse en base a los principios en los que se fundó el país: manteniendo a las familias juntas y unidas proporcionándole oportunidades a aquellos que han probado ser buenos ciudadanos. Si queremos componer nuestro sistema como debe de ser, podríamos hacer que como requisito quienes fueren indocumentados pagaran una multa o que hicieran servicio comunitario. También podrían demostrar que están trabajando, pagando impuestos y aprendiendo inglés.

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Las acciones migratorias recientes son una prueba para todos en nuestro país, especialmente para nosotros los Católicos. Muchos de esos inmigrantes son nuestros hermanos y hermanas que se sientan junto a nosotros en las bancas de la iglesia durante la misa del domingo en la mañana; y que comparten los mismos sueños que  nosotros tenemos de poder criar a nuestros hijos. Todos ellos comparten la misma dignidad humana que nosotros y merecen tener derechos humanos básicos. ¿Seremos fieles a las palabras que nuestro Señor Jesús dijo: “Lo que hagas por el más humilde lo harás por mi”?

 


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