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Saint Paul
Thursday, March 28, 2024

En nuestra diversidad tenemos que trabajar juntos para sanar la división

Archbishop Bernard Hebda

Visitando la costa este del país para una boda en la familia, muchos me preguntaban sobre la increíble y rica diversidad cultural de Frogtown y de las Ciudades Gemelas.  He venido hablando sobre esto por un año, pero nadie parecía darse cuenta sino hasta que el periódico New York Times publicó el domingo pasado un artículo sobre Saint Paul en la sección de viajes, ¡imaginen eso!

En realidad vivimos en una región que es sorprendentemente diversa: étnicamente, ligústicamente, religiosamente y racialmente.  Como lo escucho frecuentemente en las sesiones de escucha y reflexión; existe un gran orgullo en esa diversidad que tenemos. A la vez estamos profundamente conscientes de la tensiones y los prejuicios existentes que se basan en estas líneas divisorias. Reconocemos que “todavía hay mucho por hacer” a la vez que hacemos todo lo posible por edificar una sociedad basada en el respeto mutuo y en la tolerancia.

Como Católicos, tenemos muchísimo que aportar para contribuir a esas metas y a la discusión.  Como miembros de una Iglesia que es verdaderamente universal,  de corazón tenemos una multiplicidad de culturas, de idiomas, y de razas.  Somos parte de una Iglesia que ya está participando en un rico diálogo con otros hermanos y hermanas Cristianos, con otros hermanos y hermanas de la fe judía, con las comunidades musulmanas, así como con representantes de otras grandes tradiciones religiosas mundiales y con los no creyentes.

Cuando un Obispo es asignado a una diócesis o un pastor a una parroquia, él es asignado para ofrecer el cuidado pastoral para todas las “almas” de ese territorio; no está asignado sólo a cuidar a los Católicos.  En aquel intercambio poderoso con la mujer cananea en el pozo de agua y su predicación sobre la buena samaritana, Jesucristo nos da los ejemplos de lo que él espera de nosotros hacia los demás.

Lo que entendemos como Católicos sobre la dignidad del ser humano tiene su raíz en la  garantía de que todos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, y Él nos hace ese llamado a ser hombres y mujeres que trabajan para sanar las divisiones. El apóstol San Juan hace notar que la Iglesia Católica acoge a todos los hombres y mujeres de “todas las naciones y linajes  y pueblos y lenguas” (Apocalipsis Capítulo 7, Versículo 9) que somos llamados a ser “en un mundo marcado por divisiones ideológicas, étnicas, económicas y culturales” “la señal viva de la unidad de la familia humana.”

El Papa Francisco similarmente nos sigue haciendo recordar que nuestra Iglesia es una Iglesia de inclusión y no de exclusión. Las puertas de nuestras Iglesias están totalmente abiertas, no sólo para que podamos llevar el evangelio a las periferias , sino que también para que todos puedan sentir que nuestras iglesias son lugares de encuentro con la bienvenida de Dios y su acogimiento transformador.

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Nuestro compromiso de darle la bienvenida a otros tiene que ser algo más allá del diente al labio. El Santo Padre nos hace el llamado a promover “una cultura de encuentro, de respeto, de entendimiento mutuo y de perdón.” Además tenemos que estar dispuestos a examinar nuestra propia consciencia, para determinar si nosotros como personas individuales o como un colectivo, hemos permitido el pecado del prejuicio o de la discriminación injusta y si estos nos han impedido ser los instrumentos de la unidad para la que hemos sido creados… Como dice el párrafo 1,935 del Catequismo de la Iglesia Católica: “todo tipo de discriminación social y cultural de los derechos fundamentales del ser humano por su género, raza, color, condición social, idioma, o religión deben ser frenados y erradicados, ya que son incompatibles con los designios de Dios.” Cuan bienaventurados somos por tener un Dios paciente que nos ama, no obstante nuestros pecados.

Uno de mis antecesores el Arzobispo Harry Flynn, escribió una carta pastoral muy poderosa sobre el tema del racismo (titulada “A imagen de Dios”) que es relevante hoy, así como lo era cuando fue publicada en el año 2003. Estoy agradecido que continua estando en nuestro sitio arquidiocesano en la red electrónica, quiero instarles a que la lean y la vuelvan a leer, ya que es útil para el examen de nuestra consciencia, a la vez que reflexionamos sobre nuestra participación en el pecado de la discriminación.

Tengo confianza en que podemos hacer la diferencia. Recientemente tuve el placer de recibir a una delegación de la comunidad Afro-Americana en Saint Paul, quienes expresaron su gran admiración por el Padre Kevin McDonough y el impacto que él causó en su comunidad durante sus 26 años como pastor de la Iglesia  Saint Peter Claver.  También me conmovieron las oraciones fervientes de quienes vinieron a la Catedral para la misa por la Preservación de la Paz y la Justicia.  Y asimismo, me alentó mucho que la madre de Philando Castile se sintiera lo suficientemente cómoda para solicitar que el funeral de su hijo fuera celebrado en nuestra Catedral.  Asimismo, me sentí inspirado tanto por el Reverendo John Ubel y su personal, como por la generosidad del Departamento de Policía de Saint Paul, quienes discretamente acogieron los retos logísticos para poder asistir a un evento de tal magnitud.

Estoy muy agradecido por la oportunidad que tuvo la Arquidiócesis no solamente de compartir el luto de una familia, pero también por tener la oportunidad de desempeñar un pequeño papel para congregar a los hermanos y hermanas de diferentes religiones, de diferentes razas y experiencias para orar por una unidad más vibrante basada en la honestidad y la justicia. Que el Señor con su misericordia escuche esas oraciones.

 


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