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Saint Paul
Friday, April 19, 2024

Eligiendo ‘aleluya’ en un mundo de ‘dolor’

Father Charles Lachowitzer

Tal vez se ha golpeado el dedo del pie o se ha pegado en la cabeza con la puerta de la despensa. Recientemente, a mí me pasaron las dos cosas el mismo día. Por la mañana, caminaba alrededor de mi cama y me pegué con el marco de madera en el dedo gordo del pie. Por la noche, abrí la despensa y algo se cayó. Lo recogí y cuando me puse de pie — bum.

Me di cuenta de que en ambas experiencias de intenso dolor, mi reacción instintiva fue la misma. Grité “¡ay!”, Revise si me había lastimado, y cuando el dolor físico fue pasando, sentí una creciente culpabilidad en la mente.

Es la temporada de las votaciones, entonces decidí realizar una encuesta informal para saber si los demás alguna vez se han golpeado su dedo del pie en la esquina de la cama. Las respuestas fueron las mismas. Sí. Gritar de dolor y enojarse. Algunos se culparon a sí mismos. Otros culparon a la cama.

Como primera lección, enojarse con el marco de la cama es mucho mejor que enfurecerse con uno mismo. Una lección más profunda es que incluso ese pequeño incidente proporciona una visión simple de la condición frágil y mortal de la raza humana. El dolor intenso provoca una ira intensa. Cuando el dolor se encuentra en la mente y en el corazón, el pecado de la ira es mucho mayor. Ahora imagínense esto en las familias, vecindarios y comunidades; provocar la ira con la pobreza generacional y la persecución a través de los prejuicios provoca que la ira pueda convertirse en violencia de palabras y de hechos.

Es la temporada de Pascua y no hay mucho “júbilo” para regresar al Viernes Santo, pero en lo profundo del mal en el mundo hay un grito de dolor. Mentes y corazones quebrantados. La humilde  omnipotencia de Dios en la cruz de Jesucristo con el fin de entrar de lleno en todos nuestros sufrimientos. Así, en la persona de nuestro Señor resucitado, todo el dolor se transforma por el inmenso poder del amor de Dios que está por encima de todo pecado y de la muerte misma.

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El sufrimiento, en todas sus formas, es compartido en las acciones de la pasión de Jesucristo. Este clama a la misericordia de Dios y por medio de la consolación del Espíritu Santo, se convierte en una parte de la gracia redentora de Dios. Es por primera vez que en nuestras propias vidas y en nuestras propias familias encontramos en la vida sacramental de la Iglesia, especialmente en el confesionario y en la Misa, la presencia de Jesucristo, que trae la curación y una alegría renovada en la vida.

La próxima vez que me golpee el dedo del pie, obviamente gritaré “¡ay!” Tal vez, por la gracia de Dios, también exclamaré: “¡Aleluya!”

Como testigos y proclamadores del Evangelio de Jesucristo, enfrentamos nuestro dolor interno con un servicio de unidad – en nuestras parroquias y en nuestra Arquidiócesis – y, servimos al sufrimiento como un solo cuerpo en Cristo, en un mundo de dolor.

 


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