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Saint Paul
Thursday, March 28, 2024

En un mundo que está perdiendo sus vecindarios, sus parroquias le ofrecen un hogar spiritual

Father Charles Lachowitzer

En nuestras nuevas oficinas arquidiocesanas, muchas veces he visto hacia afuera por una de las ventanas que da hacia el sur, y a quien quiera que ande cerca, le señalo la iglesia que está en la subida anunciando “La Iglesia del Sagrado Corazón. A mi me bautizaron allí; a mi padre lo bautizaron allí, y a mi abuela también la bautizaron allí; y allí se casaron sus padres y la boda de mis bisabuelos fue una de las primeras en celebrarse allí poco después de ser fundada en 1881.”

Por un lado mi familia tiene una historia de conexión especial en Sagrado Corazón, por otro lado, a la vez que yo continúo en mi séptima década de vida, parece que he cerrado el círculo completo, como si me hubiese deslizado de la colina de la iglesia desde mi bautizo.

En aquellos días, las parroquias viejas del lado East Side, sirvieron a las comunidades europeas de inmigrantes y a sus hijos. Sagrado Corazón sirvió a los alemanes, San Casimiro sirvió a los polacos y San Ambrosio a los italianos. Los irlandeses tenían dos opciones San Juan o San Patricio.

Antes de comenzar a ir a la escuela, mi familia se mudó hacia el este y yo asistí a la escuela Católica San Pascal de Babilonia. Habían más de mil estudiantes de primero a octavo grado. Como muchas otras parroquias que fueron fundadas después de la Segunda Guerra Mundial San Pascal no tenía una designación étnica, solo los limites de la parroquia.

Después de la escuela, regresábamos a nuestra casa en nuestros vecindarios. La fiesta de mi Primera Comunión la celebramos con varios de los niños que también hicieron su primera comunión en la casa que tenía el patio más grande. Muchos de nosotros éramos de la primera generación sin ninguna distinción étnica y comíamos comida que nadie conocía en Europa. En los años sesentas, hasta los italianos comían booya (carne de res o pollo o de cerdo, con vegetales y especies) y los checoslovacos hablaban con acento irlandés.

Desde entonces por décadas cada casa, cada calle de los vecindarios de mi niñez ha pasado por cambios dramáticos. Esos cambios no solo ocurrieron en el East Side. Por toda una generación, en toda la nación — a lo largo de las calles con nombres históricos, en las nuevas ciudades con avenidas residenciales, con la proliferación de centros comerciales, en los dúplex y alrededor de las calles sin salida, en los edificios de apartamentos y condominios, aún en las áreas centrales de los pueblos viejos rodeados de fincas — la gente está diciendo que ese sentido de pertenecer a un vecindario ya no se siente. Parece que no hay conexión real aun entre aquellos que viven en la misma calle.

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Tal vez es porque siempre estamos movilizándonos, lo que era inimaginable hace una generación atrás, que con la vida tan ocupada, la familia, los amigos y los compañeros de trabajo que ya no deja espacio en nuestras mentes ocupadas para la vida en “en el vecindario.” Siempre hay excepciones notables, pero en general, la pregunta persiste

¿Donde están hoy día esos vecindarios?

Tal vez tenemos la respuesta. En cada parroquia existen los lazos de amistad y una misión compartida, hay un sentido de pertenencia a una comunidad. En cada misa, los feligreses están unidos al rendir culto y son transformados por la Eucaristía. Por medio de la obra del Espíritu Santo, personas totalmente extrañas la una a la otra se convierten en una sola familia en el Cuerpo de Cristo. En el eterno camino de las culturas de una sociedad libre, la vida en parroquia sigue con esa cultura en si misma.

La presencia de los guías, los gafetes, las familias que dan la bienvenida, los juegos de hospitalidad y los carteles de bienvenida, todas esas señales externas de invitación a los hoy discípulos de Jesucristo para construir una comunidad de relaciones de la parroquia y para crear una cultura intencional de fe. Es responsabilidad de cada feligrés ayudar a hacer ese hogar espiritual — un lugar en el que los niños pueden aprender bajo salvaguarda y pueden ser formados en la fe, en el que las familias tienen una participación con un significado en la vida de la Iglesia, y en el que los dones de cada persona son valorados y atienden al llamado por el bienestar de la parroquia y para el servicio de la misión de Nuestro Señor Jesucristo.

A la vez que nos preparamos para la Semana Santa y para el Sagrado Triduo Pascual (pasión, muerte y resurrección de Cristo), renovamos nuestra identidad como un pueblo de resurrección. Que la gracia, los dones y las bendiciones de nuestra época de resurrección nos den la inspiración para construir y profundizar las relaciones entres nuestros hermanos y hermanas en Cristo y que podamos reconocer que los vecindarios de hoy se encuentran en nuestras parroquias y que podamos ayudar a que florezcan.

 


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