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Saint Paul
Friday, March 29, 2024

Vivir la propia vocación es un encuentro continuo con Dios

Archbishop Bernard Hebda

No debería ser sorprendente que las vocaciones sigan en mi mente. Además de los innumerables hombres y mujeres jóvenes se han unido en el matrimonio Cristiano los recientes fines de semana, en los últimos dos meses se ha visto la ordenación de nuevos diáconos transitorios y sacerdotes para la arquidiócesis, algunas ordenaciones para nuestras comunidades religiosas de hombres, y la profesión perpetua de dos mujeres jóvenes como Esclavas del Corazón de Jesús en la Diócesis de New Ulm. Siempre me inspiro cuando soy testigo de los jóvenes con tal confianza en el amor de Dios, entregándose sin reservas a la vocación que Dios en su gran amor ha elegido para ellos.

En cada uno de esos casos, ese don de sí mismo no es una sorpresa, es un regalo para toda la vida. Como el regalo de Cristo de su propia vida a la Iglesia, es un regalo que se pretende ser irrevocable y permanente. Los sociólogos modernos y observadores de nuestra cultura notan hoy en día lo difícil es que la gente haga compromisos duraderos.  Eso es lo que hace que sea aún más sorprendente cuando una pareja joven se encuentra ante la Iglesia y con alegría promete a amarse, honrarse mutuamente y ser fieles el uno al otro “en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad” todo los días de su vida o, cuando un hombre joven va a ser ordenado o una mujer está a punto de hacer su profesión y se encuentra postrada en el suelo de la iglesia en un gesto que bellamente simboliza una muerte total de sí mismo, un regalo completo e irrevocable de todo lo que uno es y tiene.

Durante esas recientes semanas, esta Iglesia local ha sido bendecida no  solo con la celebración Arquidiocesana del Día del Matrimonio en la catedral, reuniendo parejas de toda la Arquidiócesis que estuvieron celebrando aniversarios significativos de  boda, sino también la misa jubilar por nuestros sacerdotes. En ambos casos, nuestros jubilares dieron testimonio elocuente de lo que Dios es capaz de lograr cuando nosotros, con todas nuestras debilidades y defectos, tomamos el riesgo de hacer que esos compromisos sean para toda la vida. Hay una fuerza y una resistencia que viene de la creencia de que la vocación no es meramente nuestra elección o una preferencia pasajera, sino una verdadera llamada a lo más profundo de nuestro ser que se nutre en el plan amoroso de Dios para nosotros, para nuestra iglesia y para el mundo.

Dada la magnitud del compromiso, la Iglesia en su sabiduría, trata de ofrecer al joven hombre o mujer la formación que necesitan para discernir y aceptar ese desafío y perseverar en su llamado. Estoy muy agradecido a aquellos en nuestras parroquias y Arquidiócesis que son tan generosos con su tiempo al ayudar a nuestras parejas comprometidas a prepararse no solo para una boda, sino para un matrimonio de toda la vida. También, siento un profundo aprecio por todos los que están comprometidos en la formación de nuestros candidatos a la vida consagrada, al diaconado o al sacerdocio y ese círculo se extiende mucho más allá de nuestros seminarios y casas religiosas.

Muchos de ustedes, por ejemplo, tendrán seminaristas en su parroquia este verano. El programa está diseñado para que puedan tener experiencias reales de la vida parroquial, teniendo la oportunidad de ver de cerca no sólo el sacerdocio diocesano sino también la belleza de la vocación a la vida conyugal y las diversas formas de vida consagrada. Al mismo tiempo, el seminario estará preguntando a muchos de ustedes para ofrecer su perspectiva de la preparación del seminarista para adoptar un compromiso de toda la vida de servicio como sacerdote diocesano y para proporcionar retroalimentación a los seminaristas para que puedan estar mejor preparados para discernir su vocación y asumir las responsabilidades del ministerio sacerdotal.

En una reciente reunión de los obispos de los Estados Unidos, el Cardenal Luis Tagle de Manila, nos recordó que haríamos bien en hablar de un “llamado” en lugar de una “llamada”, dado que la vocación es un evento que se presenta una sola vez — es un encuentro permanente con el Señor y su amor que requiere una respuesta diaria. Sospecho que si le preguntamos a aquellas parejas que celebran aniversarios de oro o aquellos sacerdotes u hombres y mujeres consagrados celebrando jubileos de oro escucharíamos relatos de una vida de “sí” a las invitaciones del Señor y muchas historias acerca de la misericordia de Dios.

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Por favor, únanse a mí para dar gracias al Señor por estos testimonios de gracia y pidamos su bendición sobre aquellos que están luchando para ser fieles a su llamado, su sanación y esperanza para aquellos que han sentido sin apoyo en su vocación o incapaces de perseverar, y la luz de su verdad para aquellos que aún están en discernimiento.

 


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